El ojo blanco del desierto
siempre llama como un suspiro
con la fuerza de su magnetismo
enmudece y anima al mismo tiempo.
el perfume de la flor quieta
se desliza por el aire y ríe,
mis pasos se arrastran pero siguen
hasta la cima donde acaba la grieta.
Una voz fantasmal me hace virar
y pienso cuántas veces lo hizo;
el pasado llega por un pasadizo
que nunca me atreví a aislar.
Cierro los ojos y veo el silencio
su aliento penetra en mis oídos
siento su profundo sentido
y me aprieto contra los recuerdos.
Cuando me despierto miro al cielo
los dientes de la noche se cierran
contra un horizonte de oro y seda.
¿Soñé el despertar, o desperté en un sueño?
Sin responderme reanudo el viaje.
El arena eterna penetra en mi piel,
la luna se asoma plena tras la cima.
A mi izquierda el cielo sonrosado tiembla
a mi derecha la oscuridad danza inquieta.
Hundiendo la cabeza entre los hombros rezo,
deseando que algún impulso ciego me detenga
pero solo logro un instante de renuencia
antes de traspasar el límite de la duna.
El mítico momento pasa como la brisa
congelo mis pensamientos a toda prisa
y salgo otra vez hacia el norte;
hacia la muerte y el renacer
hacia la nada y los sueños
hasta ahogarme en la sed
deseando que no exista más agua
que mis propias lágrimas.